De la mano

.

De la mano. Como todos los sábados que salíamos a pasear. Acariciando mis dedos compartiendo su calor en invierno. Apretándola fuerte cuando alguien se chocaba contra ella. Tirando suavemente de ella hacia sí cuando salíamos del metro. Enganchándose a un solo dedo cuando alguien nos obligaba a separarnos. Sin soltarse. Nunca. Pasara lo que pasara.

Nunca había necesitado buscarla entre otras manos, pero todos los sábados seguía saliendo a pasear. Me sentía bien mientras buscaba parejas que se atrevían a no soltarse, en plena Gran Vía. No podía evitar mirar mal a la gente que utilizaba guantes. Contaba el número de roces entre manos de personas desconocidas. Analizaba los movimientos delicados de las manos de las camareras de aquella pastelería, donde las tardes de frío, pedía una taza de chocolate caliente, a la que sus manos abrazaban con fuerza.

Me gustaba echarlas de menos. Era mi forma de recordarlas. Siempre estaban calientes. Y suaves aunque presumiera de no usar cremas. Siempre habían sido tersas y fuertes. Y siempre estaban calientes.

Recuerdo aquellos Reyes que mis hijos nos regalaron una semana en una casita en la Sierra. Nunca hemos pasado tanto frío como entonces. Fue la única vez que la vi con guantes. Eran de lana, rojos. Se los había dejado mi hija, que coleccionaba guantes desde que era pequeña y tenía un cajón lleno en su casa. Una extraña afición, había pensado siempre. A mí no me gustaba verla con guantes. Parecía más torpe y decía que aun con guantes, las yemas de sus dedos seguían frías. El segundo día se los quitó y nunca se los volvió a poner.

Desde hace unos años, sus manos cada vez están más arrugadas y temblorosas. Tropiezan con todo lo que se les cruza. Pero siempre calientes. Sus dedos se duermen con facilidad y se pasa las tardes masajeándolos mientras escucha los tres únicos discos de música clásica que no están rayados. Ni siquiera se atreve a acariciarme. Dice que quiere que recuerde sus manos como eran antes.

Yo la obedezco y los sábados, antes de marcharme solo, me explica por dónde tengo que pasear. Hoy toca Lavapiés. Hoy San Bernardo. Tómate tu café con leche en la calle del Pez. Acuérdate de fijarte en todo lo que ha cambiado. Y vuelve. Tráete el frío de Madrid en tus mejillas para que te pueda calentar con mis manos.

4 Respuestas a “De la mano

  1. Très belle, j’aime le calme qui distille, ce qui rend la beauté au quotidien. Keep it up fille. Donnez-nous un moment de douce évasion recorfontante Midia comme un après-midi, thé.
    Merci

  2. Precioso, Almu, casi me haces llorar.
    Prima Jose

Replica a Joseph Criket Cancelar la respuesta